Cora tiene 4
años y lleva más de 40 días confinada en su casa. El motivo lo
tiene claro: “No podemos salir de casa porque hay coronavirus, que
es un virus que está en la corona”, explica. Y aporta más datos:
“Es un virus que es verde y tiene otros virus. Tiene antenas y ojos
y boca. Tiene brazos y piernas y salta”. La descripción es
precisa, detallada. Se diría que resultaría incluso sencillo
identificar a alguien así. Pero hay un problema; el retrato robot
elaborado por Cora es distinto al facilitado por Héctor (5 años) y
por Leire (3).
Héctor y
Leire son hermanos, viven juntos, pero los virus que les han impedido
estos días ir a jugar al parque de bolas con Samu (en el caso de él)
o pasar tiempo con Cayetana (en el de ella), no terminan de encajar
con el perfil entregado por Cora. Sus descripciones difieren con las
otras descripciones. Y también entre sí. El coronavirus del que
habla Héctor es “amarillo y pequeño, diminuto” y al que hace
mención Leire, “azul y un poco mediano”. La cosa se complica.
Mucho más después de saber que el de Lucas (7) es definitivamente
“rojo, blanco y circular” y el de Samira (4) coincide en la forma
con el de Lucas y en el color con el de Leire. “Es circular y tiene
muchas patas verdes y azules, que juntadas se transforman en verde
más oscuro”, proclama.
Los
coronavirus que viven en el barrio de Maite (3 años, casi 4) son
pequeños. “No los ves, porque son pequeños” -comienza
explicando-. “No los matas, porque son pequeños” -matiza
después-. Y ante la pregunta de si infunden temor, la respuesta es
de una lógica aplastante: “No, porque son pequeños”. Su
reducido tamaño tampoco termina de amedrentar a Samira: “No me da
miedo porque yo soy grande, valiente y muy fuerte”, dice.
Tras más de dos meses de crisis global, los expertos no
han logrado aún alcanzar un consenso sobre las causas que motivaron
el inicio de la epidemia. No son los únicos. Mientras Samira
sostiene que el virus “nace de la tierra”, Maite asegura, en la
misma línea que algunos importantes líderes internacionales (pero
sin señalar, en su caso, a ningún país en concreto) que la
enfermedad es importada: “Antes íbamos al parque, pero ahora no
puedo ir porque hay coronavirus y cintas. El virus lo pusieron ahí
los malos, que son ladrones. Robaron unas bolsas de papel de la
basura para coger los bichitos y los echaron en mi parque”,
denuncia.
Sea como fuere, lo que sí que parecen tener claro los
niños -mucho más que algunos líderes; mucho más, incluso, que
algunos padres- es la importancia de quedarse en casa y extremar las
precauciones al salir a la calle. “Se puede salir a la calle si nos
abrigamos”, matiza Cora, haciendo un llamamiento a la
responsabilidad ciudadana.
Y
es que tras seis semanas de confinamiento, no merece la pena tirarlo
todo por la borda. “Nosotros nos lo pasamos bien en casa, jugamos y
nos divertimos. Jugamos a la consola, pintamos el día de hoy y
tachamos el calendario”, explica Héctor. “A mí me gusta estar
en casa porque hay menos trabajos que hacer”, confiesa Lucas, en
un alarde de honestidad. Y aunque todos conviven también estos días
con sus anhelos (“los amigos”, en el caso de Cora; “los
abuelos”, en el de Maite) y sus nostalgias (“salir afuera a jugar
o poder quedarte en casa sin que haya virus”, apunta Lucas),
parecen tener bastante clara aquella vieja máxima de que, en
ocasiones, es mejor el remedio que la enfermedad. Porque aunque es
posible que no sean del todo conscientes de por qué están
confinados, del motivo en concreto, sí que parecen serlo de su
importancia. Y puede que con eso baste.
Porque la cuarentena, al fin y al cabo, terminará algún
día, y mientras los mayores nos obstinaremos en elaborar oscuras
estrategias para reactivar la economía, estimular el comercio o
restablecer la vieja normalidad; las niñas y los niños se
prepararán también para llevar a cabo sus ambiciosos planes. “¿Lo
primero que me gustaría hacer cuando se vaya el virus? -se pregunta
Leire, en voz alta-. Ir al Mercadona a jugar con el carro”, se
responde. Y Cora, tras hacer una larga pausa para reflexionar,
culmina: “A mí me gustaría salir a dar un paseíto y tomar un
descafeinado en el bar”.
De los seis niños consultados, tan solo uno, el de
mayor edad (que definió el Covid-19 como un “virus mortal”)
manifestó tener miedo; todos, sin excepción, afirmaron sentirse a
gusto y a salvo en sus casas; y ninguno planeó hacer cuando esto
termine nada que no hubiera hecho antes. Nadie se refirió tampoco a
un futuro que no fuera el inmediato, ni hizo alusión alguna al
verano, por ejemplo, patria verdadera de la infancia que ya está por
llegar. Para quien vive siempre instalado en el presente, el futuro
nunca es tan desolador.