Me gustaría
que estas líneas se escribieran solas, sencillamente porque
considero que es maravilloso que las cosas sucedan sin el permiso de
uno. Quisiera que todo sucediera aquí como sucede en la vida, a
veces, de forma espontánea, aprovechando los descuidos y las
distracciones que nos ocupan, que nos empujan a enredarnos
lastimosamente en la tela de araña superflua de las formas más
elementales.
Quisiera que
de pronto todo fuera diferente, como sucede también en los sueños,
en los que de golpe uno está en el mar nadando boca arriba y tomando
el té con Laura en la Calle Coloreros al mismo tiempo. Y entonces el
té no deja de saber a té, ni Laura deja de ser Laura por mucho que
estemos dentro del mar nadando de espaldas. El mar está ahí, de
hecho, y también Laura y el té todavía caliente quemándonos los
labios y todo sigue su curso.
Me gustaría
que estas líneas se escribieran solas, sencillamente porque no estoy
tratando de inventar nada que no exista o que no haya existido en
algún momento. Todo está hecho, como en los sueños, con las migas
de algo, con los restos sobrantes de un todo que ni siquiera es un
todo sino una lamentable ilusión de totalidad. Y esas migas, esos
restos, se alinean y se redefinen aleatoriamente dando lugar a otra
cosa nueva; a una cosa que no deja de ser la enésima
reconstrucción de una realidad que se nos escapa.
Por eso, o
tal vez a pesar de eso, hoy estoy aquí, en este parque madrileño,
como quien está cazando ratas en el desván de su casa, hablando
solo y en voz alta del té y de Laura y, por qué no, también de
ratas y de parques.
Y al hacerlo
no pretendo absolutamente nada salvo que, tal vez, de golpe, sin
saberlo -esperándolo pero sin saberlo-, levante la vista del papel y
te encuentre aquí, sentada a mi lado en este banco, hablándome de
Laura o de ratas o de té helado. Al fin y al cabo llevo ya un buen
rato distraído, enredado en las formas más elementales -un árbol
desnudo, un niño y dos perros, no, un perro y dos niños- y el
columpio gris del parque.
Por qué no
puedo imaginar que hallar a Laura ahora, en el columpio, sonriendo,
esperando a que termine de escribir, pueda formar parte también de
este instante. Por qué no habría de poder seguir nadando de
espaldas y tomando té con Laura ahora que nadie puede molestarnos.