> Palabras y Placebos: enero 2020

miércoles, 29 de enero de 2020

ECLIPSE DE GIRASOL

Dejemos de pasear descalzos sobre el vértice filoso de los jardines.

Hagamos que este prólogo a la tristeza contenga todas las pistas.

Cambiemos el final del cuento cuantas veces haga falta.

Si la suerte está de nuestro lado, esta tarde será solo la penúltima y tal vez, solamente tal vez, el primer eclipse de girasol nos ciegue.

jueves, 23 de enero de 2020

LAS RANAS LADRABAN


Por más que lo intento, nunca soy capaz de regresar, de instalarme de nuevo en el centro mismo de todo aquello. Algunos días regresan las formas y los olores, sólo eso, pero la mayoría de las veces sigue siendo más fácil olvidarlo todo o recordar únicamente de aquella tarde que las ranas ladraban. Así funciona la memoria.


Por eso trato de olvidar, porque me es negada la posibilidad de volver, de regresar a aquella tarde y encontrármela tal y como era entonces. En ocasiones lo consigo. El olvido me pertenece. Es más sencillo así.

A menudo consigo que el olor y las formas también se desvanezcan, salvo para mi estómago. Pero hay instantes que se enquistan, hay personas y momentos que no están ya de este lado del espejo, de este lado en el que estamos yo y las formas y los olores, los únicos supervivientes de un naufragio que no recuerdo haber vivido, no desde este lado.

Pero si no puedo recordar exactamente cómo era todo aquella última tarde es porque el recuerdo no me pertenece. No es algo voluntario. No basta con desearlo para que las formas y los olores regresen. No puedo edificar mentalmente una casa sobre las ruinas de otra casa diferente. No puedo imaginar un árbol, ni proyectar aquella luz exacta sobre un paisaje diferente. Tampoco puedo volver. Y es precisamente la imposibilidad de volver la que me impide recordarlo todo, restituirlo aquí y ahora tal y como era entonces.

Pensándolo bien, así todo es más fácil. Prefiero reservarme el privilegio de las formas imprecisas, que regresan cuando quieren, y el aroma cruel de todos los olores antiguos que parecen imposibles ahora. Porque siempre será demasiado pronto para volver, hasta que sea por fin tarde. Y porque no existe hoy diferencia alguna entre mi recuerdo y mi imaginación salvo, tal vez, para mi estómago.

Todo esto es, en realidad, demasiado contingente. Demasiado volátil como para gastar tanta tinta en explicarlo. Ha transcurrido tanto tiempo desde entonces que creo que he olvidado incluso tu rostro, tu expresión de entonces, y probablemente con ella se haya borrado también todo el conjunto. Porque aunque pueda resultar absurdo, de aquella última tarde a la que siempre trato de regresar, sin éxito, hoy solo recuerdo que las ranas ladraban.

miércoles, 15 de enero de 2020

PIEDRA DE ÁMBAR


Qué fácil es escribirte, describirte,
cuando entre los dos hay un océano de distancia.
Qué fácil recorrer tus calles siempre frías
con los pies templados de mi dedos.
Se diría que las palabras alcanzan para definirte;
Se diría que incluso los silencios encajan.

Pero cómo decir,
con qué palabras,
todo lo que tú callaste;
si el silencio ha sido siempre
una de tus señas de identidad primeras.

Tanto callaste, durante tantos años,
que tu revolución no pudo ser sino Cantada.
Y si otros países siguieron después tus pasos de danza
es porque la rabia, como la música, también se contagia.

Lituania,
verde y blanca Lituania,
escenario de luchas anónimas,
de muertes baratas.
De afiladas agujas de iglesias rotas,
de lagos que lloran al alba.

Lituania,
vieja y joven Lituania,
el horizonte parece tan cerca
que sueñas y esperas,
que sangras y callas.
Helado de vida silvestre,
rarísima piedra de ámbar.



miércoles, 8 de enero de 2020

EL RETRATO


Descubrí por qué pintaba cuando ya había dejado de hacerlo. De pintar, pero no solo de eso. En todas sus pinturas aparecían siempre mujeres desnudas con cuerpos diferentes pero una sola cara de mujer, la misma. El rostro de su primer amor -se habían empeñado en explicarme desde pequeño-, porque él, claro, nunca hablaba de amor. O al menos no solo de eso.

Mi abuela solía decir que sus lienzos eran aberrantes porque los encontraba obscenos e indecentes, pero lo cierto es que a mí nunca me lo parecieron. Aquel rostro repetido de mujer me obsesionó, de hecho, durante buena parte de mi infancia. No el rostro en sí mismo que aparecía en todas sus composiciones, con esas facciones idénticas y ese idéntico rictus serio, sino la identidad de la persona que se escondía tras aquella mirada imperturbable que mi tío había retratado obstinadamente durante más de 50 años en un ejercicio de perseverancia que rozaba lo enfermizo.

Una tarde de otoño de comienzos de siglo, mi tío se murió y decenas de amigos y familiares vinieron a casa para velar su cuerpo. Fingieron compasión, exhibieron su mejor rictus serio y desaparecieron para siempre. Recuerdo perfectamente aquel día porque me pasé toda la tarde escrutando con detalle cada mirada, cada gesto, cada expresión de las mujeres que habían acudido al velatorio de mi tío en busca de esa imagen, de ese modelo perturbador y recurrente.

Pero no fue hasta la mañana siguiente que me topé de manera involuntaria con la respuesta. Porque el día previo a su muerte, mi tío había dado forma a su último boceto. Un boceto que retrataba por primera vez a una mujer vieja, con la misma mirada y el mismo gesto que las mujeres de todas sus obras anteriores. Una mujer que conocía. Que los dos conocíamos.

Creo que cuando descubrí que pintaba desde la incomprensión y desde el tormento, que siempre lo había hecho, logré por fin entenderlo. Pero lo entendí muy tarde, cuando ya había dejado de explicarse. De explicarse, pero no solo de eso.

Si me quedé con aquel boceto en mi poder apenas lo descubrí tirado en el suelo de su estudio, un día después de su muerte, es porque solo a través de ese cuadro es como creo conocerlo de veras. Y si he ocultado durante todos estos años su existencia es porque no he tenido todavía el valor suficiente para decirle a mi abuela que en ninguno de los cuadros anteriores mi tío había logrado retratarla tan bella.