Por más que
lo intento, nunca soy capaz de regresar, de instalarme de nuevo en el
centro mismo de todo aquello. Algunos días regresan las formas y los
olores, sólo eso, pero la mayoría de las veces sigue siendo más
fácil olvidarlo todo o recordar únicamente de aquella tarde que las
ranas ladraban. Así funciona la memoria.
Por eso
trato de olvidar, porque me es negada la posibilidad de
volver, de regresar a aquella tarde y encontrármela tal y como era
entonces. En ocasiones lo consigo. El olvido me pertenece. Es más
sencillo así.
A menudo
consigo que el olor y las formas también se desvanezcan, salvo para
mi estómago. Pero hay instantes que se enquistan, hay personas y
momentos que no están ya de este lado del espejo, de este lado en el
que estamos yo y las formas y los olores, los únicos supervivientes
de un naufragio que no recuerdo haber vivido, no desde este lado.
Pero si no
puedo recordar exactamente cómo era todo aquella última tarde es
porque el recuerdo no me pertenece. No es algo voluntario. No basta
con desearlo para que las formas y los olores regresen. No puedo
edificar mentalmente una casa sobre las ruinas de otra casa
diferente. No puedo imaginar un árbol, ni proyectar aquella luz
exacta sobre un paisaje diferente. Tampoco puedo volver. Y es
precisamente la imposibilidad de volver la que me impide recordarlo
todo, restituirlo aquí y ahora tal y como era entonces.
Pensándolo
bien, así todo es más fácil. Prefiero reservarme el privilegio de
las formas imprecisas, que regresan cuando quieren, y el aroma cruel
de todos los olores antiguos que parecen imposibles ahora. Porque
siempre será demasiado pronto para volver, hasta que sea por fin
tarde. Y porque no existe hoy diferencia alguna entre mi recuerdo y
mi imaginación salvo, tal vez, para mi estómago.
Todo esto
es, en realidad, demasiado contingente. Demasiado volátil como para
gastar tanta tinta en explicarlo. Ha transcurrido tanto tiempo desde
entonces que creo que he olvidado incluso tu rostro, tu expresión de
entonces, y probablemente con ella se haya borrado también todo el
conjunto. Porque aunque pueda resultar absurdo, de aquella última
tarde a la que siempre trato de regresar, sin éxito, hoy solo
recuerdo que las ranas ladraban.