> Palabras y Placebos: julio 2019

martes, 30 de julio de 2019

SALIR HUYENDO


A veces me pregunto qué es lo que me lleva a vivir instalado en este estado permanente de fuga. Qué es lo que lleva a las personas, en ocasiones, a renunciar a lo logrado, a aquello construido con esfuerzo, durante años, a pulso, a contracorriente a veces, cuando todavía es útil, cuando todavía sirve, cuando no se ha muerto.

En qué momento exacto, paseando por qué calle o bajo qué cielo, uno empieza a cuestionarlo todo, poniendo incluso en entredicho ese impulso afirmativo que en algún momento te llevó a jugártela, a pelear por algo, a luchar por eso.

Es posible que haya una respuesta -válida tal vez para todos los casos-, una respuesta genérica, un porqué que nos baste, nos satisfaga o que, al menos, no nos entristezca. Una respuesta penosa, sesgada, una coartada insuficiente.

Puede que haya incluso una calle con nombre, una luz precisa, un instante concreto, un día específico y un motivo aparente al que culpar, todo un entramado sobre el que edificar el punto de quiebre. Pero es ridículo. Pero es patético. Y hoy, mientras preparo meticulosamente el plan de acción de mi enésima fuga, me cuesta creer que en realidad exista una respuesta.

En honor a la verdad, tampoco la busco. Para qué mentir (o mejor dicho, para mentirle a quién), si la vida no se escribe, se vive, si la vida debiera ser mucho más hacerse preguntas que tratar de encontrar respuestas.

Es por eso que me marcharé, supongo, otra vez, sin llegar a entender del todo por qué lo hago (o más bien, por quién), por la sencilla razón de que en este momento lo único que quiero es irme y no llegar, exactamente igual que hace cinco años, cuando llegué aquí creyendo que, en realidad, lo que hacía era marcharme (también sin un motivo aparente).

Los motivos, claro, fueron apareciendo después, en el camino, en forma de explicaciones, de justificaciones más o menos oportunistas que me terminé creyendo. Porque hay que creer que uno hace las cosas por algo, que tiene un plan, aunque sea para una fuga disfrazada de regreso.

Hay que ir cerrando etapas para poder empezar otras nuevas, llevo repitiéndome toda la tarde, hasta la saciedad, para ver si me lo creo, mientras hago recuento de mi vida en esta terraza vacía de la calle Morandé.

Hay que saber inventar finales, construir puntos de fuga. Hay que saber marcharse a tiempo si uno no quiere terminar acostumbrándose a un lugar en concreto, a una ciudad con nombre, a una luz precisa, a una vida construida a pulso, con más o menos esfuerzo.

La peor de las costumbres humanas es la fuerza de la costumbre, ese atajo en el camino que termina indefectiblemente conduciendo a la rendición.

Y yo -aunque seguramente a estas alturas ya lo haya hecho- no quiero rendirme. No mientras sigan existiendo otras vidas posibles, otros tipos de miedo, otros paisajes, otras ciudades con otras caras y otros nombres de las que poder algún día, como hoy, volver a salir huyendo.