Descubrí
por qué pintaba cuando ya había dejado de hacerlo. De pintar, pero
no solo de eso. En todas sus pinturas aparecían siempre mujeres
desnudas con cuerpos diferentes pero una sola cara de mujer, la
misma. El rostro de su primer amor -se habían empeñado en
explicarme desde pequeño-, porque él, claro, nunca hablaba de amor.
O al menos no solo de eso.
Mi abuela
solía decir que sus lienzos eran aberrantes porque los encontraba
obscenos e indecentes, pero lo cierto es que a mí nunca me lo
parecieron. Aquel rostro repetido de mujer me obsesionó, de hecho,
durante buena parte de mi infancia. No el rostro en sí mismo que
aparecía en todas sus composiciones, con esas facciones idénticas y
ese idéntico rictus serio, sino la identidad de la persona que se
escondía tras aquella mirada imperturbable que mi tío había
retratado obstinadamente durante más de 50 años en un ejercicio de
perseverancia que rozaba lo enfermizo.
Una tarde de
otoño de comienzos de siglo, mi tío se murió y decenas de amigos y
familiares vinieron a casa para velar su cuerpo. Fingieron compasión,
exhibieron su mejor rictus serio y desaparecieron para siempre.
Recuerdo perfectamente aquel día porque me pasé toda la tarde
escrutando con detalle cada mirada, cada gesto, cada expresión de
las mujeres que habían acudido al velatorio de mi tío en busca de
esa imagen, de ese modelo perturbador y recurrente.
Pero no fue
hasta la mañana siguiente que me topé de manera involuntaria con la
respuesta. Porque el día previo a su muerte, mi tío había dado
forma a su último boceto. Un boceto que retrataba por primera vez a
una mujer vieja, con la misma mirada y el mismo gesto que las mujeres
de todas sus obras anteriores. Una mujer que conocía. Que los dos
conocíamos.
Creo que
cuando descubrí que pintaba desde la incomprensión y desde el
tormento, que siempre lo había hecho, logré por fin entenderlo.
Pero lo entendí muy tarde, cuando ya había dejado de explicarse. De
explicarse, pero no solo de eso.
Si me quedé
con aquel boceto en mi poder apenas lo descubrí tirado en el suelo
de su estudio, un día después de su muerte, es porque solo a través
de ese cuadro es como creo conocerlo de veras. Y si he ocultado
durante todos estos años su existencia es porque no he tenido
todavía el valor suficiente para decirle a mi abuela que en ninguno
de los cuadros anteriores mi tío había logrado retratarla tan
bella.
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