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jueves, 23 de enero de 2020

LAS RANAS LADRABAN


Por más que lo intento, nunca soy capaz de regresar, de instalarme de nuevo en el centro mismo de todo aquello. Algunos días regresan las formas y los olores, sólo eso, pero la mayoría de las veces sigue siendo más fácil olvidarlo todo o recordar únicamente de aquella tarde que las ranas ladraban. Así funciona la memoria.


Por eso trato de olvidar, porque me es negada la posibilidad de volver, de regresar a aquella tarde y encontrármela tal y como era entonces. En ocasiones lo consigo. El olvido me pertenece. Es más sencillo así.

A menudo consigo que el olor y las formas también se desvanezcan, salvo para mi estómago. Pero hay instantes que se enquistan, hay personas y momentos que no están ya de este lado del espejo, de este lado en el que estamos yo y las formas y los olores, los únicos supervivientes de un naufragio que no recuerdo haber vivido, no desde este lado.

Pero si no puedo recordar exactamente cómo era todo aquella última tarde es porque el recuerdo no me pertenece. No es algo voluntario. No basta con desearlo para que las formas y los olores regresen. No puedo edificar mentalmente una casa sobre las ruinas de otra casa diferente. No puedo imaginar un árbol, ni proyectar aquella luz exacta sobre un paisaje diferente. Tampoco puedo volver. Y es precisamente la imposibilidad de volver la que me impide recordarlo todo, restituirlo aquí y ahora tal y como era entonces.

Pensándolo bien, así todo es más fácil. Prefiero reservarme el privilegio de las formas imprecisas, que regresan cuando quieren, y el aroma cruel de todos los olores antiguos que parecen imposibles ahora. Porque siempre será demasiado pronto para volver, hasta que sea por fin tarde. Y porque no existe hoy diferencia alguna entre mi recuerdo y mi imaginación salvo, tal vez, para mi estómago.

Todo esto es, en realidad, demasiado contingente. Demasiado volátil como para gastar tanta tinta en explicarlo. Ha transcurrido tanto tiempo desde entonces que creo que he olvidado incluso tu rostro, tu expresión de entonces, y probablemente con ella se haya borrado también todo el conjunto. Porque aunque pueda resultar absurdo, de aquella última tarde a la que siempre trato de regresar, sin éxito, hoy solo recuerdo que las ranas ladraban.

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