Hay
días en los que a mi estómago le duele la cabeza y a mi cabeza le
duele la garganta y no puedo dejar de pensar en estaciones de tren
vacías, como el otoño.
Hay
días en los que mi boca sólo le dirige la palabra a mis oídos y
todos me tachan de taciturno.
Hay
días en los que floto y días en los que tengo los pies mojados.
Hay
días que mis dos manos se me escapan de las manos y caminan de
puntillas sobre las uñas buscando otro par de manos.
Hay
días tan azules que noto como la tierra se vuelve amarilla a mi paso
y mis pies se tornan verdes como los pies de otras plantas.
Esto
ocurre algunos días, pero aunque pueda resultar extraño, el peor
día de todos es aquel en el que a mi cabeza le duele el corazón y
viceversa.
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