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miércoles, 11 de marzo de 2020

PERDER CON BLANCAS


Cuando entré en la habitación principal, Gediminas estaba esperándome. Me hizo un gesto desganado pero inequívoco desde el banco del fondo y enseguida comprendí lo que trataba de decirme. Sorteamos los colores, como siempre, y a mí me tocó jugar con blancas. En las tres partidas que echamos en total aquella mañana dispuse siempre de la ventaja de salida. Él ganó dos y yo ninguna. No volví a verlo nunca.

Hablaba muy poco Gediminas. Prefería jugar al ajedrez. Aquel tablero de piezas descabezadas e informes era, de hecho, todo lo que nos unía. Jugamos muchas partidas juntos a lo largo de muchos meses, pero si hay una que hoy recuerdo con especial cariño es aquella última.

La primera de las tres partidas, Gediminas la ganó cómodamente. O la perdí yo sin presentar oposición alguna, como se prefiera. No soy, ni mucho menos, un jugador avezado, pero entiendo que el ajedrez es un juego de estrategia y probabilidades estadísticas, pero sobre todo de errores. Y yo cometí demasiados.

La segunda partida terminó en tablas. Previo sorteo, volví a jugar con blancas, y a juzgar por la cara que se le quedó a Gediminas cuando la contienda quedó bloqueada, no debí hacerlo del todo mal. En alguna parte había leído que las estadísticas totales de todas las partidas de ajedrez disputadas arrojan una ligera ventaja para la blancas, la que le confiere precisamente el hecho de jugar primero. La tesis no es concluyente, pero sostiene que si un jugador consigue hacer la partida perfecta, ese movimiento inicial debe ser decisivo, marcar la diferencia.

Entre la segunda y la tercera partida, hicimos un breve receso. La mirada extraviada de Gediminas, con los ojos inyectados en sangre, hundidos dentro de sus propias cuencas, me inquietó por primera vez. Volvimos a sortear los colores, volví a jugar con blancas y volví a perder.

Las negras tienen ventaja en este juego – me espetó de pronto Gediminas, mientras recogíamos las piezas en completo silencio para liberar la mesa de la habitación.

- Las blancas salen primero -le dije, como tratando de validar con mis palabras un triunfo, el suyo, que se habría producido de todos modos con independencia del resultado de aquellos sorteos de color.

- A eso me refiero -contestó.

Hoy, apenas algunos días después de la muerte del actor sueco Max von Sydow, han regresado a mi mente aquellas silenciosas partidas de ajedrez con Gediminas. Y es que dentro de la larguísima filmografía del difunto intérprete, no recuerdo papel más rotundo que aquel en el que encarnaba a Antonius Block en El séptimo sello de Bergman. La película, una de las más sugestivas e hipnóticas que he visto en toda mi vida, arrancaba con von Sydow en una playa jugando con blancas una memorable partida de ajedrez contra la muerte.

Hay quienes aseguran que la ventaja del movimiento inicial en el ajedrez es tan determinante que las blancas deben jugar siempre para ganar y las negras para buscar las tablas. Pero yo creo, sencillamente, que la clave del juego sigue radicando en los errores porque no existe la partida perfecta.

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