Los que
gustan del mar deben saber que resulta temerario morder, así sin
más, en pleno océano Pacífico. Situando la mandíbula a la altura
aproximada del Trópico de Cáncer es posible que alguna arista de
Hawái se nos clave en el cielo de la boca.
Evitar todos
los archipiélagos se antoja, a primera vista, una labor difícil.
Convendría, quizás, apostar por un bocado más sutil, más
delicado, para tratar al menos de eludir las minúsculas espinas que
Tonga, Islas Cook, Tuvalu o las sumisas Islas Paumotu podrían
representar para cualquier paladar adulto.
Se
recomienda morder en diagonal, colocando los incisivos superiores a
orillas del archipiélago de Colón -y de sus célebres Islas
Galápagos-, y arrastrar con un golpe más bien seco (hecho
paradigmático en pleno océano Pacífico) el borde alveolar de
nuestro maxilar inferior hacia atrás, para terminar la acción
alcanzada la cuenca pacífica del suroeste evitando, en la medida de
lo posible, que la fosita digástrica de nuestra sínfisis mentoniana
llegue a entrar en contacto con el abrupto litoral de la Isla de
Pascua. Sólo entonces el comensal podrá degustar todo el aroma del
mar en un solo mordisco.
Se
desaconseja encarecidamente morder en tierra firme, detenerse en
cualquiera de los polos y tratar de comenzar el globo por su mitad
inferior, especialmente si se trata de personas aquejadas de
gingivitis, con las encías retraídas o, en resumidas cuentas,
particularmente sensibles.
Pretender
comerse el mundo con un solo bocado horizontal, tratando de abarcar
en dicho intento la dorsal Pacífico-Atlántica en su conjunto -ese
tramo que custodia el acceso a la península de la Antártida- no
deja de resultar insensato. Desde Nueva Zelanda hasta el pasaje de
Drake, allá por aguas meridionales chilenas, cualquier bocado podría
resultar doloroso debido, entre otras razones, a la baja temperatura
a la que se encuentra la superficie del océano en aquellas
latitudes.
Estas son
tan solo algunas pautas que considero de utilidad para morder un
globo, consejos imprecisos que cada cual sabrá desatender a su
debido tiempo. Y lo dice alguien que continúa, tantos años después,
tratando de idear la forma de desayunar en la Bahía de Disko,
Groenlandia, y cepillarse los dientes a orillas del Cantábrico.
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