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miércoles, 11 de diciembre de 2019

AVIONES


Durante 90 años mi abuelo vivió en un mundo que no medía más de cinco kilómetros cuadrados. Fue allí donde murió también, hace algún tiempo, tan cerca de casa como del cielo.

En aquel pequeño mundo hecho a escala transcurrió toda su vida. En un territorio acotado por fincas, alambradas, riachuelos y redondeadas montañas, verdes u ocres (en función de la luz) sin fantasear demasiado con la idea de marcharse. O al menos eso pensaba yo, pues aquel fue siempre, a fin de cuentas, su paisaje. Su único paisaje.

Mi abuelo nunca llegó a sacarse el carné de coche (para recorrer los reducidos confines de su patria le alcanzaba con su tractor), pero algunas semanas después de su muerte, mi madre me contó que durante sus últimos días no dejaba de hablar de lo mucho que le habría gustado haber viajado alguna vez en avión, a alguna otra parte.

Yo no lo supe hasta que fue ya muy tarde por la sencilla razón de que nunca llegué a preguntarle qué le habría gustado hacer a él. Hoy me queman en la boca todas las preguntas que jamás le hice, y es que no hay preguntas más certeras ni tampoco más inútiles que aquellas que jamás llegamos a formular.

Recuerdo, sin embargo, que una tarde calurosa de verano, un par de años antes de su muerte, le pregunté de puro aburrimiento cuántos kilómetros creía que había podido llegar a hacer en su tractor a lo largo de su vida. Estábamos sentados en el corral, como casi siempre, sin hacer nada en particular, y su diente de oro se iluminó al escuchar aquella pregunta. “Non sei -me respondió de pronto, sin dejar de sonreír- pero eu penso que así en liña recta, contra o ceo, ben me daba para chegar á lúa”. Una respuesta tan humana, tan terrestre, que jamás ha dejado de conmoverme.

Por eso, quizás, desde entonces, cada vez que los aviones surcan volando el cielo de Vilanova a 20.000 pies de altura, me acuerdo de mi abuelo. De lo mucho que habría disfrutado sobrevolando los límites de su patria de apenas cinco kilómetros cuadrados, de lo difusas que se vuelven las distancias porque los tractores no vuelan y de que no tengo la menor idea de cuántos kilómetros me faltan para llegar a la luna.

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