No fue sencillo
hacerse respetar porque uno no cambia el hielo por la cubitera, el frío
elemental por el moderno electrodoméstico de la noche a la mañana. No fue fácil
adaptarse a la vida en Groenlandia, acostumbrarse a la lentitud que supone
habitar un espacio sin márgenes, pero también sin asideros cotidianos, rodeado
de nieve a todas horas y por todas partes
Groenlandia fue
desde el principio una metáfora; una metáfora de la evasión o, más bien, de la
ruptura de todo orden establecido. Viajó a la gigantesca isla en más de
cuarenta ocasiones; cuarenta absoluciones que le sirvieron para purgar las
culpas deducidas de una vida en sociedad más bien anodina o mediocre. Groenlandia
fue siempre el exilio voluntario, un destierro interior que gradualmente se fue
externalizando. La patria de los invisibles, pensaba él, pero lo cierto es que
entre desaparecer y creerse invisible hay un abismo que, después de todo, no
consuela tanto.
Allá se fue, en
todo caso, nuestro hombre, por cuadragésima primera vez, hace hoy más de cuatro
años. Por vez primera de cuerpo presente. Y sucedió que en lugar de huir se fue
acercando -algo lógico por otra parte, cuando corres, sin saberlo, a tu propio
encuentro- y la ansiada invisibilidad dejó paso a una visibilidad ansiosa, de
la que le costó reponerse durante algún tiempo.
No tardó
demasiado en descubrir que es difícil vivir aislado. Aislado en la mayor isla
del mundo, en una palabra, incomunicado. De manera que se puso a trabajar en
esto y aquello, durante algunos años, antes de constituir su propia empresa. Nadie
vendía neveras en el viejo territorio inuit antes de su llegada, de modo que
las neveras comenzaron a venderse por la sencilla razón de que no las vendía
nadie. Y así fue como creció la fama y la popularidad de nuestro hombre, hasta
que el negocio empezó a producir beneficios y, paralelamente, beneficiados.
Transcurridos
cuatro años y dos meses, exactamente -aunque con el tiempo, ya se sabe, no hay
nada exacto- llegó una carta a su domicilio de Nuuk procedente de ultramar, de
su país natal y de su antigua novia, para ser exactos, -aunque con las antiguas
novias y con los países natales, ya se sabe-.
Meditó mucho
sobre la posibilidad de contestar. Sopesó sus posibilidades -fundamentalmente
las dos, contestar o no, parece fácil-, pero como las margaritas de Groenlandia
tienen los pétalos helados, jamás tuvo una segunda opinión al respecto y, tal
vez por eso, terminó contestando.
Muy pronto las
noticias sobre su paradero se fueron propagando en su ciudad natal porque su antigua
novia le contó toda la verdad a la madre en funciones de nuestro hombre, y ésta
inmediatamente a su padre, y así sucesivamente.
Quince días
después de aquel primer acercamiento llegó la terrible respuesta -terrible en
tanto que razonable- de su familia, claro está, en forma de carta.
Retomar la
comunicación con su pasado desestabilizó más de la cuenta a nuestro hombre, que inevitablemente comenzó a fantasear en los
días previos a la recepción de la carta con aquella vieja historia del hijo
pródigo, de la antigua novia enamorada todavía después de tanto tiempo y así
sucesivamente. La carta en cuestión, sin
embargo, es esta que reproduzco ahora, para el conocimiento de todos y para el
desencanto de tantos:
Querido Hijo:
Tanto Luisa como
nosotros nos alegramos mucho de que estés bien, de que a pesar de haberte ido
sin dar ninguna explicación a nadie, tengas ahora un buen empleo y un porvenir
en ese sitio donde dicen que vives. Luisa nos ha pedido que te digamos que va a
casarse la semana próxima con Carlos, Carlitos, ¿te acuerdas de él, verdad?, el
hijo de los de la tienda, y que le gustaría que asistieses al enlace. La abuela
ha preguntado mucho por ti a lo largo de estos años pero no nos hemos atrevido
a decirle nada todavía, ¿qué necesidad tiene ella, a su edad, de llevarse un
disgusto tan grande? Esperamos que lo entiendas. Nosotros estamos bien, tú no
te preocupes por nada, bastante haces con ganarte la vida vendiendo neveras en
el Ártico. Te quieren
Papá y Mamá
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