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martes, 14 de octubre de 2014

EL GRITO DE LA HORMIGA

Las hormigas gritan,
las he oído,
y sus gritos se parecen a los míos.
Las hormigas gritan como los ahogados,
como los muertos de sed,
como los faltos de algo.

Son muy pocos quienes están dispuestos a detenerse,
a sentarse sin motivo,
a esperar
o a pasarse de largo.
Son muy pocos quienes han oído alguna vez
los gritos de la hormiga.

Yo las he oído,
y sus gritos se parecen a los míos.

Corren tiempos difíciles para la hormiga.
Habitamos un siglo afónico, roto,
de aviones asépticos,
de miedos infundados,
y ya nadie vuela únicamente por el placer de contemplar las montañas
desde arriba.

Corren tiempos de fantasmas familiares,
de manos frías,
de dinero en pantallas electrónicas.
Tiempos de política y latas de conserva.

Poco o nada saben de todo esto las hormigas,
pero se dan cuenta, perfecta cuenta,
de lo que pasa aquí arriba.
Y por eso gritan;
Porque vivir a ras de suelo no ha sido
-ni será nunca-
un motivo de peso para callarse.

Las hormigas también se quejan y se rebelan.
Las hormigas sufren, se desesperan,
y ensayan zancadillas diminutas,
notables saltos mortales.
Las hormigas también se ahogan en un vaso de agua.

El grito de la hormiga es un grito firme,
que revela un dolor apaciguado.
No es un grito de venganza;
La suya es otra guerra,
mucho más terrena,
sin duda mucho más humana.

Las hormigas poco o nada saben del amor,
y tal vez en eso sí que se parecen a nosotros.

Son muy pocos quienes las han oído alguna vez,
pero las hormigas gritan
y sus gritos se parecen a los míos.
Las hormigas gritan como los ahogados,
como los muertos de sed,
como los faltos de algo.

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