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miércoles, 19 de febrero de 2020

EL CAMINO A CASA


Tiene 80 años y es la primera vez que viaja en autobús. Su nerviosismo, su torpeza al caminar entre las filas de asientos y sus constantes preguntas al resto de pasajeros la delatan. Viaja de Benavente a Ponferrada. Son las siete y cuarto de la tarde y Castilla nunca antes fue tan ancha.

Al llegar a Ponferrada deberá tomar otro autocar, el segundo de su vida, con destino a Villafranca del Bierzo, el lugar donde nació hace hoy 80 años y donde mañana los vecinos realizarán una ofrenda floral en honor de sus dos hijos muertos.

Antonio y Juan murieron hace cinco años. El mismo día y a la misma hora. Fue un accidente. Al contarlo, es decir, al revivirlo, es como si otra vez estuviera matándolos. O al menos eso es lo que dice María, mientras llora apoyada contra la ventanilla del autobús y solo el grueso vidrio logra impedir que sus lágrimas rieguen el suelo. Son las siete y treinta y cinco de la tarde y Castilla nunca antes fue tan árida.

La ofrenda floral coincide con las fiestas patronales del pueblo, pero a la madre las fiestas no le importan, solo la ofrenda. Ni siquiera las flores. La ofrenda es cuanto queda, al fin y al cabo, de Juan y de Antonio en este paisaje lánguido, suavemente ondulado, en que la vida transcurre más lenta.

Algunos meses después del accidente, es decir, hace cuatro años y algunos meses, su marido, también difunto, plantó dos árboles en una finca de los Montes de León en honor de sus hijos fallecidos. Al referirse a él, a su marido, la mujer emplea el término ex marido, porque ya no está -recalca- y porque de estar vivo, no tendría que haber tomado hoy el autobús para asistir a la ofrenda. Siguen siendo las siete y treinta y cinco y Castilla nunca antes estuvo tan sola.

María había planeado visitar por la mañana la parcela familiar de los Montes de León para pasar un rato con sus hijos, pero un reciente incendio forestal arrasó la zona llevándose todo consigo. Incluidos los árboles de Antonio y Juan plantados hace casi un lustro por su marido -perdón, por su ex marido-.

A las ocho y cuarto de la tarde, el autocar hace su entrada en la estación de Ponferrada y María desciende lentamente del vehículo. En el andén no hay nadie esperándola, pero la mujer luce por primera vez serena mientras arrastra su pesada valija por el empedrado. Sabe que mañana, tras la ofrenda, cuando le toque emprender de nuevo en autobús el viaje de regreso a Benavente, no necesitará hacerle ninguna pregunta a nadie. Y también que el hogar de uno es aquel en donde viven sus muertos. Hacía tiempo que María no volvía a casa.


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