No sabe qué día ni bajo qué pretexto, olvidó su cara.
Al hacerlo, se quedó mucho más tranquilo. Pensó que tal vez era necesario
olvidar su cara para comprender que se puede vivir perfectamente sin un rostro,
sin un rostro al que aferrarse, sobre el que apoyar un dedo o al que increpar.
Pero al olvidar su cara, su recuerdo, lejos de desvanecerse,
se volvió más nítido. Lo intentó tenazmente, pero no logró encontrar jamás una
cara adecuada para sustituir a aquella que él mismo había olvidado un día, bajo
algún pretexto. Aquella cara olvidada parecía no estar dispuesta a abandonarlo,
y necesitaba recuperarla para poder deshacerse de ella.
De aquella permanente sensación de ausencia, nació una
especie de necesidad constante. La presencia de aquella cara olvidada se volvió
más poderosa que la ausencia misma. De manera que, tan cerca ya del final, se
encontraba exactamente como al principio. El orden se había alterado, pero
seguía existiendo un orden.
No sabe qué día ni bajo qué pretexto, volvió a
recordar su cara. Y quiso entonces deshacerse de ella, pero descubrió que era
demasiado pronto. Que aún no la necesitaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario