Nos queda lo que aún no conocemos y todo lo que perdimos.
Nos quedan los días de lluvia, desaprovechados por otros.
El mar violento en el que no podemos nadar
y las cumbres más altas a las que nunca podremos subir
andando.
Nos quedan todos los planes difíciles,
que desechamos por su dificultad;
y todas las verdades simples,
de las que generalmente desconfiamos.
Nos quedan las historias tragicómicas y las relaciones
agridulces.
Los insectos y la humedad.
Nos quedan los bares que cierran tan tarde
y las revoluciones desde los sillones
-desde las cunetas-.
Nos queda el sol de medianoche y las auroras boreales.
Nos quedan algunos humanos, todavía pacíficos
y algunas plantas, todavía carnívoras.
Nos quedan las playas en otoño,
la memoria y el silencio.
Algunas canciones que pretenden decirnos algo
y algunas películas todavía mudas.
Nos queda la calle y todas las quejas que allí se escuchan.
El amor imposible y la risa en los entierros.
El sexo libre y otras drogas prohibidas.
Nos quedan las victorias que nos mienten
y las derrotas que nos recuerdan quiénes fuimos.
Nos queda todo lo raro,
lo sorprendentemente cotidiano,
lo siempre espantoso.
Nos queda un presente elástico en las manos;
y Bruno Ganz
sonriendo en alguna cinta alemana.
La sonrisa de Bruno Ganz,
esa extraña sonrisa.
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