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sábado, 26 de julio de 2014

PESCAR BAJO LA LLUVIA

A pesar de que vivíamos cerca del mar, preferíamos pescar bajo la lluvia.
Nadie nos tomaba nunca en serio, pero aquellas capturas eran de gran utilidad. Lluvia de peces martillo, para la caja de herramientas; lluvia de peces globo, para el cumpleaños de Damián; lluvia de caballitos de mar, para las apuestas deportivas del abuelo. Teníamos cuanto deseábamos, pero lo más importante era que creíamos tenerlo todo.

Éramos jóvenes, sonreíamos en todas las fotos y subíamos a todos los trenes simplemente por el placer de viajar. Cada verano cruzábamos hacia el norte las diabéticas autopistas del invierno en busca de un nuevo temporal. Comíamos más bien poco porque nuestro oficio no daba para grandes banquetes y porque creíamos que con el estómago lleno se saborea peor el camino. La supervivencia no era fácil, pero en eso consistía, a fin de cuentas, sobrevivir. 

Una mañana, sin embargo, llegó a la playa el futuro, y todo cambió.

Las cosas se volvieron diferentes. Capeamos la última tormenta. Dejamos de viajar sin rumbo. Perdimos, en fin, el norte, y todos comenzaron a tomarnos en serio. Pero hoy las fotos ya no hablan por los codos. Hoy los trenes los perdemos por los pelos, y la vida consiste sólo en esperar.

Nos limitamos, entonces, a aguardar que algo suceda. Bajamos cada día al puerto, como todos los demás, preparamos meticulosamente los útiles de pesca y esperamos. Pero tanto los que añoran como los que esperan desayunan diariamente el mismo anzuelo.

Por eso muchas tardes, cuando amenazan nubes de tormenta, añoro aquellos días. Aquellos tiempos de abundancia con el estómago vacío. Y me pregunto qué diablos ha pasado con nuestro instinto de supervivencia, y me doy cuenta de que apenas nos quedaría ya nada del todo nuestro si no fuéramos capaces de armarnos de valor, sacar brillo a nuestra vieja caña y salir a pescar, una vez más, bajo la lluvia.





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