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miércoles, 18 de mayo de 2016

LUZ NEGRA

Exiliados en la noche interminable de un abrazo
recibimos cartas de desahucio, postales mudas.
Aceptamos que nos requisen las pisadas,
que nos obliguen a andar descalzos y sonrientes.
Tratamos de que no se nos note el hambre, ni la fiebre,
de que no se nos note tampoco la esperanza.

Eran tiempos difíciles,
de suicidios cotidianos, espantosos,
de afilado amor en dientes de leche,
de vuelos breves, rasos, silenciosos,
de fruta seca y de charcos y de sombra.

Eran tiempos anodinos, laberínticos,
encerrados en un planeta demasiado pequeño.
Eran tiempos de noches sin soles.
Eran tiempos de polvo en el aire.

El peso del mundo era insoportable
y las rocas se volvieron blandas,
y los besos se tornaron ácidos,
y tuvimos que limarnos las garras
para poder seguir acariciándonos,
mintiéndonos,
cantándonos canciones al oído
que no consiguieron conmovernos.

Tú tenías ganas de llorar y de matarme,
pero eras todavía dulce, todavía lánguida.
Yo tenía el corazón tallado en piedra de obsidiana,
como un arma azteca.
Tú seguías pareciéndote a la luna
y yo cada vez me volvía más selénico.
Luna tú y yo también luna,
pero luna emigrante, luna errante,
a punto de apagarme o de apartarme de tu luz.

Qué sentido podía tener que dos lunas vivieran juntas.
Para quién, entonces, las miradas.
Para quién tantas espinas.
Para quién la oscuridad.

En mitad de la noche, de pronto,
una luz negra,
entre nosotros,
de nuestro lado,
dejándonos respirar.

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