> Palabras y Placebos: marzo 2015

miércoles, 25 de marzo de 2015

CAJONES DEL MAR

En los cajones del mar hay muy pocas cosas:

Los peces que no supieron salir volando,

la rabia que nos inundó

y un suicidio lento de piano.

lunes, 2 de marzo de 2015

LA FUNCIÓN DEL ARTE

Una mañana de febrero del año 2009, visité una exposición temporal de la obra de Francis Bacon en el Museo del Prado. Recuerdo que era bastante temprano cuando llegué y que no hacía demasiado frío. De la colección que allí se exponía, sobrecogedora en su conjunto, hubo un cuadro me llamó poderosamente la atención. Se llamaba “Niño paralítico caminando a cuatro patas”. Recuerdo que estuve observándolo durante un largo rato. Recuerdo que me impresionó tanto que no pude quitármelo de la cabeza en todo el recorrido. Recuerdo que me dio miedo. Mucho.
Seis años después, caminando por las calles de Santiago, regresó aquella imagen a mi cabeza. Sin motivo aparente. Vislumbré el cuadro con la misma nitidez con la que lo había podido contemplar aquel día. Y seguía siendo igual de aterrador, igual de bello.
Al salir del museo, aquel mediodía de invierno, regresé a casa y lo primero que hice fue ponerme a escribir. A escribir lo que había visto. Lo que creía haber visto.
Siento una especial devoción y una admiración absoluta por otros pintores y por otras obras. Pero aquella sensación, no he vuelto a experimentarla ante ningún otro lienzo. Supongo que se podría decir que, de alguna manera, el Niño paralítico de Bacon es mi Gioconda, mi Guernica, mi Noche Estrellada.

Camina a cuatro patas. Jamás podría decirse que gatea. Ni siquiera los gatos lo hacen. Se mueve despacio, como si caminase por el fondo.

La ventana es lo único que tiene, pero no le sirve. Deberá sacar la lengua para lamer el cristal. El niño paralítico jamás soñó que podía volar.

Es una criatura horrible. Es pura gravedad y sólo eso. Tiene las piernas rígidas, como ramas secas. Si alguien lo mirase desde arriba no 
podría distinguirlo de una mancha de humedad.

Se mezclan en su paladar el sabor del ácido y la 
leche. Sus extremidades delanteras se le doblan como 
papeles al viento. Sus pisadas son blandas. Su cuerpo 
es ligero. Su miedo es circular.

Le arrebataron la niñez a mordiscos. Hace tiempo. Su cuerpo elíptico. Su cuello rígido. Su pulso errático. Y su noche, infinitamente lenta.

Es inútil su obstinado empeño. Jamás podrá caminar. El niño paralítico no es en realidad un niño. Le sobra vértigo. Le falta ingenuidad.

No tiene sombra, porque él es la única sombra. La sombra paralítica de un niño que camina.