> Palabras y Placebos: agosto 2014

martes, 26 de agosto de 2014

CIUDAD DE AZUFRE

En esta noche tetrapléjica sueñan los cielos con embudos,
pero vendrán tiempos mejores, tiempos grises, en que no necesitemos más que un poco de odio para cambiar el mundo.
Más quieta que una foto permanece, a esta hora,
nuestra cómoda ciudad de azufre.

martes, 19 de agosto de 2014

TU SOMBRA

A la hora a la que el musgo masca piedras
y se demora casi siempre el primer beso.
A la hora en que el camión de la basura
niega el desayuno a los hambrientos.

A esa hora a la que todo languidece
y el silencio rompe los espejos.
La hora a la que se desbordan los diques.
La hora a la que sudan los muertos.

A la hora en que trasnochan los otoños,
queman las cenizas,
muerden los anzuelos.
Y las grúas se miran el ombligo,
y los peces contienen el aliento.

A esa hora lenta, aterradora,
en que se encienden las hogueras de hielo,
me despierto.

A mi alrededor no hay más que sombras.

Y tú entre ellas.

jueves, 14 de agosto de 2014

LORENZA HA LLEGADO AL PUEBLO

A Lorenza, la salmantina de Gorliz

Lorenza ha llegado al pueblo. Suenan trompetas con sordina. Viene para quedarse.
Ha comprado un terreno en la zona alta para construir una casa. Desde allí se intuye la playa. Detrás de los montes no hay nada.
Tiene poco dinero y un hijo flaco. Habrá que buscar empleo. Poner a hervir el agua. Explicarle al niño que ahora toca esperar.
En el pueblo Lorenza se siente una extraña. Una extraña extranjera que extraña su tierra natal.
Se rumorea en el pueblo que Lorenza no tiene dinero. Que si el niño está flaco es por culpa de Lorenza. Que si la comida escasea es porque Lorenza no sabe ahorrar.
Ella sale cada mañana a su jardín diminuto tamaño bonsái y habla con unos y otros de esto y de aquello -y hay quien dice que Lorenza habla por hablar-.
El día en que el primer autobús llega al pueblo, ella lo espera impaciente, como una más. Pero en el interior del flamante vehículo nadie se atreve a mirar a Lorenza. No saben mirarla, pero la miran. Y Lorenza se deja mirar.
La situación se vuelve esperpéntica cuando todo el rebaño decide apearse allí mismo.
El conductor, contrariado, le pregunta entonces a Lorenza si quiere dar un paseo. Ella asiente, con la cabeza bien alta, y el autobús echa a andar.
Ya de vuelta en su casa, frente a su diminuto jardín tamaño bonsái, suenan de nuevo trompetas con sordina porque Lorenza ha venido para quedarse.


lunes, 11 de agosto de 2014

LA PACIENCIA DE LOS DIOSES

Una última noche lenta
dentro de un cuerpo roto.
Cincuenta años
-puede que menos-
y media vida solo.

Algo se torció de pronto en su camino.
Algo se inventó torcido para ser usado
por algún pobre diablo
-pobre y tonto-

Lamentarse es cosa de cobardes;
Fabricantes de suerte, en bancarrota,
acuden diariamente a los bancos de los parques.

Le queda una última cerilla
-luciérnaga borracha que alumbra un poco-
y que al cabo se consume chillando
entre los dedos de un silencio espantoso.

No le queda más remedio que seguir lamiendo piedras
y aguardar a que el barco se hunda.
Los marineros más valientes se hunden con el barco.

Lo ha perdido todo
-cuanto tuvo-
pero sabe que nunca tuvo tanto;
La infinita paciencia de los dioses
consigue impacientar a un santo.

sábado, 2 de agosto de 2014

AUTODIÁLOGOS

Por la tarde se preguntó qué tal, pero no quiso responderse porque presintió cierto tono irónico en la pregunta. En los últimos tiempos había adoptado la rara costumbre de hacerse preguntas a sí mismo con ese tono mordaz tan propio en él y, al mismo tiempo, tan fastidioso. Se preguntaba si se sentía solo cuando estaba solo; se preguntaba por su cara de idiota cuando ponía cara de idiota; o si todavía tenía hambre cuando llevaba ya más de doce horas sin probar bocado. Cuando fumaba demasiado, se interrogaba a sí mismo por su estado de salud, pero nunca antes o después de fumar un cigarrillo, sino en el momento exacto en que se encontraba fumando.

Al principio solía tomarse a broma tanta broma a propósito de sí mismo (y por parte de sí mismo), pues le resultaba hilarante aquel particular enfrentamiento, pero aquella tarde, cuando se preguntó qué tal estaba, optó por el silencio. Y aquel silencio incómodo le llevó, finalmente, a dejarse tranquilo, a no seguir indagando en su estado emocional por temor, tal vez, a terminar hablando.

Por la noche, como cada noche, llegó la reconciliación:
-¿Estás muy enfadado conmigo? -se preguntó temeroso a sí mismo-.
-No, hoy no.
-¿He dicho acaso algo que te sentara mal?
Pero como volvió a presentir que comenzaría de nuevo la gresca y que aquello no conducía a ninguna parte, se contestó:
-Tú nunca tienes la culpa de las cosas que me ocurren.
-¡Buenas noches! -exclamó-, sin obtener respuesta alguna por parte de sí mismo.

-Otra vez ha vuelto a quedarse dormido -pensó-, pero no dijo nada que pudiera perturbar su propio sueño.