> Palabras y Placebos: julio 2014

miércoles, 30 de julio de 2014

FLORES DE PIEDRA

* Tuve la enorme suerte de poder trabajar durante un tiempo en un refugio para personas sin hogar en la ciudad de Vilnius. Allí escribí estas líneas.

Flores de piedra, eso son;
plantas que se ahogan en su propia fotosíntesis,
que habitan este modesto jardín urbano
con vistas a la flora y fauna verdaderas.

Flores de piedra que no se secan.
Arbustos de invierno que no mudan su pelaje.

Dorados bulbos que sobrevivieron a la helada
y que ahora crecen,
con las manos yermas
y los ojos mudos.

Baobabs de piedra con sus descarnadas raíces al aire,
clamando al cielo boca abajo.

Flores de piedra, eso son;
pero es imposible saber qué fueron antes.
Antes de la injusta primavera que arruinó todo el paisaje.

Flores de piedra,
con las venas hinchadas
y violetas,
a las que sólo puedes regar con alquitrán
para evitar que se marchiten.

sábado, 26 de julio de 2014

PESCAR BAJO LA LLUVIA

A pesar de que vivíamos cerca del mar, preferíamos pescar bajo la lluvia.
Nadie nos tomaba nunca en serio, pero aquellas capturas eran de gran utilidad. Lluvia de peces martillo, para la caja de herramientas; lluvia de peces globo, para el cumpleaños de Damián; lluvia de caballitos de mar, para las apuestas deportivas del abuelo. Teníamos cuanto deseábamos, pero lo más importante era que creíamos tenerlo todo.

Éramos jóvenes, sonreíamos en todas las fotos y subíamos a todos los trenes simplemente por el placer de viajar. Cada verano cruzábamos hacia el norte las diabéticas autopistas del invierno en busca de un nuevo temporal. Comíamos más bien poco porque nuestro oficio no daba para grandes banquetes y porque creíamos que con el estómago lleno se saborea peor el camino. La supervivencia no era fácil, pero en eso consistía, a fin de cuentas, sobrevivir. 

Una mañana, sin embargo, llegó a la playa el futuro, y todo cambió.

Las cosas se volvieron diferentes. Capeamos la última tormenta. Dejamos de viajar sin rumbo. Perdimos, en fin, el norte, y todos comenzaron a tomarnos en serio. Pero hoy las fotos ya no hablan por los codos. Hoy los trenes los perdemos por los pelos, y la vida consiste sólo en esperar.

Nos limitamos, entonces, a aguardar que algo suceda. Bajamos cada día al puerto, como todos los demás, preparamos meticulosamente los útiles de pesca y esperamos. Pero tanto los que añoran como los que esperan desayunan diariamente el mismo anzuelo.

Por eso muchas tardes, cuando amenazan nubes de tormenta, añoro aquellos días. Aquellos tiempos de abundancia con el estómago vacío. Y me pregunto qué diablos ha pasado con nuestro instinto de supervivencia, y me doy cuenta de que apenas nos quedaría ya nada del todo nuestro si no fuéramos capaces de armarnos de valor, sacar brillo a nuestra vieja caña y salir a pescar, una vez más, bajo la lluvia.





miércoles, 23 de julio de 2014

VIVIR (Y MORIR) DEL CUENTO

Vivir del cuento. Eso lleva haciendo el estado de Israel desde hace casi siete décadas. Y también matando. Impune e indiscriminadamente.

Más 600 palestinos han sido asesinados a lo largo de los últimos quince días a manos de las fuerzas de defensa israelíes. 653 víctimas civiles. Unos 43 muertos diarios.

La denominada "Operación Margen Protector", la ofensiva militar iniciada en suelo palestino el pasado 8 de julio, ha sido calificada por algunos medios de comunicación de formas diversas. Desde "Conflicto en Oriente Medio" (u "Oriente Próximo" -en función, supongo, de la distancia existente entre la redacción de turno y las ciudades fronterizas de la Franja),  hasta el agudo eufemismo "Crisis de Gaza" (calificativo que revela, al mismo tiempo, una alarmante crisis de recursos léxicos y ese obstinado empeño periodístico por tratar de presentar la realidad de manera edulcorada). Se hubieran ahorrado palabras llamándole simplemente genocidio. Tanto ahorrar en verdad, para despilfarrar en palabras.

Otros, sin embargo, han apostado por recurrir al término "guerra civil", tan prosaico y tan cómodo, tan barato, olvidándose al hacerlo de que las guerras las libran los ejércitos y de que tiene que haber al menos dos en liza para que empiece la contienda. Si con "guerra civil" se refieren a aquella en la que sólo mueren civiles, entonces, lamentablemente, sí que estarían en lo cierto.

Pero no han sido sólo los medios de comunicación (ese "cuarto poder", ese 'brazo tullido' del mismo poder de siempre) los únicos interesados en tergiversar los hechos. John Kerry, secretario de estado norteamericano, trasladaba la pasada semana su apoyo incondicional a Israel argumentando que la operación militar perpetrada en la Franja estaba siendo acometida en régimen de "legítima defensa propia". ¿Acaso es aceptable un comentario de tal calibre? Se estima que un niño muere cada hora en Gaza como consecuencia de los bombardeos.

 El dato es escalofriante, para casi todos. No lo es para la diputada israelí Ayelet Shaked, que ni corta ni perezosa (sobre todo lo segundo) hizo un llamamiento el pasado fin de semana en las redes sociales a que "la sangre de las madres Palestinas caiga sobre sus cabezas". Así se las gastan algunos políticos israelíes, siempre con la sangre en la cabeza.

Pero, entretanto, la gente sigue muriendo. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no parece tener del todo claro si más de medio millar de víctimas y casi 5.000 heridos son suficientes como para integrar la última "travesura" del gobierno que preside Netanyahu dentro de los denominados "crímenes contra la humanidad". Convendría, tal vez, que le echasen un rápido vistazo al Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, que ellos mismos suscribieron, para resolver si se están produciendo aquí algunos de los delitos tipificados como crímenes de guerra, tales como el asesinato, el exterminio o el desplazamiento forzoso.

Israel, ese país ficticio, ese "gigante" inventado, ostenta el dudoso honor de situarse a la cabeza de la lista de estados que más veces han vulnerado  resoluciones de Naciones Unidas relativas a la violación de los Derechos Humanos. Si la condena internacional no se produce de forma inmediata, es por algo. ¿Cómo podrían venderles las armas y hacerles luego 'pagar el pato'? Estados Unidos, las principales potencias europeas, y también España, sacan tajada de la matanza.

La situación, a orillas del "muro de la vergüenza", es fácil de explicar. Las políticas de apartheid que los israelíes están llevando a cabo en Palestina han simplificado aún  más las cosas. Le llaman guerra, le llaman crisis, pero la muerte sólo vive de un lado del muro; del otro viven los "sin-vergüenzas".

La historia comenzó a escribirse hace hoy 66 años. Estados Unidos se convirtió en el primer país en reconocer de facto el nuevo estado judío en 1948,  dando por buena la "trama" para que Israel pudiese empezar a vivir del "cuento". Hoy toda aquella farsa sigue contando con el beneplácito y la condescendencia de los máximos dirigentes estadounidenses, como  Barack Obama, flamante premio nobel de la paz en 2009 y cómplice de crímenes de guerra tan solo un lustro más tarde.  

El problema fundamental es que a esta realidad le sobra ficción y le falta verdad, y aspereza. La literatura, sea ésta del tipo que sea, no puede privar al hombre de su capacidad crítica. Si Ana Frank levantara la cabeza  juraría que hemos retrocedido en el tiempo, y se vería probablemente reflejada en alguno de los cuatro niños que perdieron la vida el pasado miércoles mientras jugaban en una playa de la ciudad de Gaza. No era una playa militar, era una playa pública, civil, como todas las playas.


Y es que lo inaceptable, después de todo, no es la absurda tesis sionista, la sagrada profecía  o la inconsistente teoría que supuso la aceptación como "tierra prometida" de un espacio geográfico habitado por sus ancestrales pobladores desde tiempos del Imperio Romano; lo inaceptable es que dicha ficción barata contemple que los palestinos puedan seguir, todavía hoy, muriendo del cuento.